«Las palabras también pueden herir»
La autoestima, es la valoración afectiva del autoconcepto (quienes creemos que somos = autoconcepto Vs si nos gusta o no lo que observamos de nosotros mismos = autoestima). Esta, se construye en base a dos factores principales: experiencias acumuladas con el paso de los años, y cómo la persona vivencia e interpreta las mismas.
Los períodos más críticos en la formación de la autoestima son: la infancia y la adolescencia. De ahí que este artículo pretenda reflexionar sobre la banalidad con la que determinados adultos (a cargo de menores) trivializan el poder de las palabras.
Los años de experiencia terapéutica, me han enseñado la importancia del lenguaje; siendo el denominador común de los pacientes con baja autoestima, el haber sido objeto de: burla, rechazo, falta de atención o negligencia parental.
- Burlas: todos los adultos hemos recibido (o presenciado) críticas, e incluso alguna humillación puntual o generalizada. Esto implica que algunas personas, restan importancia a los insultos emitidos por los niños pequeños. En este sentido, todo responsable de un menor ha de ser consciente de que su capacidad cognitiva para relativizar las mofas es mucho menor, porque las áreas encargadas del razonamiento todavía están evolucionando. Además, los niños comienzan a desarrollar su autoestima de «fuera para adentro», esto es: las primeras referencias que tienen sobre cómo son, las absorben de la información que reciben por parte de los demás; por lo tanto, si a un niño le llaman «tonto» todos los días (insulto que a priori puede parecer suave), el germen de su autoestima estará ligado a creerse inferior a los demás.
- Rechazo: cuando un niño no deja jugar a otro (una vez superada la etapa del egoísmo natural y evolutivo), lo está apartando de su lado, y lanzándole (indirectamente) el siguiente mensaje: algo falla en ti. Los adultos, tenemos que tratar de fomentar la integración, no sólo de nuestros hijos, sino también de los menores de los que se rodea; enseñándole valores como la aceptación y el respeto. Un rechazo puntual, no deteriorará la autoestima de un menor, pero si la tesitura se repite, y el niño es altamente sensible, es probable que se retraiga socialmente para huir del rechazo.
- Falta de atención: las palabras que no se expresan, pueden llegar a doler tanto como las que se emiten. No reforzar al niño cuando aprende una conducta nueva; ignorarlo cuando trata de mostrarnos un nuevo avance (adecuándose al momento y lugar) o despreciar continuamente su necesidad de expresarse y curiosear, convertirá al infante en un adolescente con una alta sensación de inadecuación (inseguro en su interacción con terceras personas, por haber crecido sintiendo que era una molestia). Por otro lado, el adulto que desatiende los insultos infantiles, no sólo legitima la conducta del que agrede verbalmente, sino que genera emociones de indefensión en la víctima, por no sentirse protegida por la persona que tiene asignado el rol de protector (adulto).
- Negligencia parental: la estructura de personalidad de un adulto, depende en gran medida de la estabilidad que haya vivenciado en el hogar familiar. Un estilo educativo demasiado estricto, con críticas frecuentes y excesivamente intensas, generará: o bien adultos inconformistas y tendentes a la frustración; o bien personas rebeldes y propensas a la inadaptación. En el polo opuesto, se encuentra un estilo educativo especialmente permisivo, que sin unos límites ni una atención adecuada, convierte a los menores en «mini-adultos» que han de cuidar de sí mismos en aspectos para los que no tienen la madurez suficiente. Estos infantes no suelen sentirse queridos, generando dudas de si son merecedores del cariño e interés de los demás.
Todas las personas tenemos inseguridades, y nos ha tocado enfrentarnos a críticas que, en ocasiones, eran destructivas. Que estas nos hayan convertido en las personas que somos hoy, no significa que, como adultos responsables de los menores, no debamos interceder cuando observamos faltas de respeto entre infantes. El niño que insulta, quizás lo haga por ignorancia e inmadurez, pero el adulto, no tiene excusa…
Debemos estar atentos… porque cada falta de respeto es una oportunidad de aprendizaje, tanto para el que la emite, como para el que la recibe. Y, sobre todo, no trivializar… porque la niña «rellenita» a la que llaman «gorda», quizás se convierta en una adolescente con problemas de alimentación; el niño al que llaman «tonto», puede que se desmotive en los estudios y fracase a nivel escolar; la niña a la que llaman «fea», puede desarrollar problemas de habilidades sociales, retrayéndose de los demás para no ser insultada…