La muerte de un ser querido es una de las circunstancias vitales más dolorosas por la que atraviesan los seres humanos.
Tanto es así, que no sólo afecta a la esfera emocional, sino también a la actividad cerebral del doliente: pérdida de atención, disminución de la velocidad de procesamiento, disociación, alucinaciones auditivas, pesadillas, etc.
Los adultos, al ser conscientes del sufrimiento intrínseco al duelo, desean proteger a los más pequeños, priorizando su bienestar; sin embargo, la buena intención puede derivar en problemáticas surgidas del desconocimiento de las pautas de actuación a la hora de comunicar la pérdida de un ser querido.
Desde bebés, los niños captan el estado de ánimo de su interlocutor (p.ej. sonríen si se les hace muecas y se les habla con voz graciosa Vs lloran fuertemente si escuchan gritos). Conforme van superando etapas evolutivas, su habilidad para: entender, percibir y comprender las emociones de terceros, aumenta sensiblemente. Por eso no debemos ocultarles información dolorosa. Los niños reconocerán la tristeza de los adultos y la relacionarán con ellos mismos (egocentrismo infantil), pudiendo generar sentimientos inadecuados de culpa; Hay que dirigirse a los menores eligiendo el momento adecuado y adaptar la información a las siguientes características de desarrollo:
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Hasta los cinco años, los niños entienden la muerte como una circunstancia temporal que puede ser revertida. Todavía no han adquirido la noción temporal necesaria para asimilar el “para siempre”. Por ello, además de adecuar el lenguaje, habrá que facilitar la comprensión, trabajando, a posteriori, la irreversibilidad de la muerte.
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Entre los cinco y los ocho años, los menores comienzan a asociar la muerte a un hecho definitivo, pero lo vivencian como una experiencia que “no les puede suceder a ellos”. Por eso, cuando el fallecimiento les toca de cerca, es probable que generen o intensifiquen miedos relacionados con el fallecimiento. Es importante que, dentro de unos límites razonables (y prestándoles la debida atención), participen en la despedida de su ser querido.
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A partir de los nueve años de edad, entienden que la muerte es: irreversible, universal y afecta a todos los seres vivos. Surgirán dudas, miedos y reflexiones que, por la escasez de bagaje vital con la pérdida, necesitarán expresar con los adultos de referencia. Habrá que facilitarles la elaboración del duelo, lo que implica favorecer la apertura emocional.
Desde edades muy tempranas, los menores vivencian pérdidas (p.ej. fallecimiento de una mascota), que suponen valiosas oportunidades para elaborar la realidad de la muerte.