«La autoestima puede ser el acelerador que nos impulsa, o el freno que nos limita (Ana Paz)»
Nuestra autoestima es el resultado emocional de lo que pensamos, esto es: cómo nos sentimos sobre la descripción que hacemos de nosotros mismos (a grandes rasgos: si nos sentimos a gusto (orgullosos) o a disgusto (frustrados, infelices, irritados, etc.).
La autoestima está conformada por diversas categorías, que contribuyen al «resultado» emocional final:
-
Autoconcepto: descripción de uno mismo (lo que pienso sobre mí, p.ej. me considero: simpático, inteligente y alegre).
-
Autoimagen: opinión acerca de tu imagen corporal (p.ej. me considero atractiva, tengo unas piernas bonitas).
-
Autorrefuerzo: conductas dirigidas a reconocerte y premiarte (p.ej. qué bien me ha salido el proyecto).
-
Autoeficacia: confianza que depositas en que puedes alcanzar distintas metas (p.ej. laborales, personales, sociales, etc.).
Como consecuencia de las descripciones anteriores, se generará una emoción adaptativa Vs distorsionada:
-
Autoestima sana: es una visión altamente ajustada de cómo se es, las habilidades que se tienen o se pueden llegar a desarrollar, del propio cuerpo y de los logros.
-
Autoestima distorsionada: bien por exceso (soberbia) o por defecto (baja autoestima), las descripciones anteriormente comentadas, apenas se ajustan a la realidad, teniendo como resultado emociones demasiado elevadas (prepotencia) o desagradables (rechazo) hacia uno mismo.
La autoestima desadaptativa puede mejorar y, como consecuencia, el bienestar propio y de terceros.
Hay que tener en cuenta que la misma, termina por influenciar las relaciones: personales, sociales y/o laborales).
Por otro lado, mejorarla no implica verse absolutamente maravilloso, sino aceptar que somos seres imperfectos, valorando nuestras cualidades y aceptando determinadas limitaciones.