«Ir al psicólogo supone enfrentarse a emociones tanto agradables, como desagradables; por eso, algunas personas prefieren no remover situaciones dolorosas; sin embargo, lo que no se supera, no desaparece, sólo se entierra, reactivándose cada cierto tiempo».
El psicólogo sabe que lo que el cerebro no procesa, regresa en forma de dolor emocional. Una metáfora que hace referencia a esta circunstancia está relacionada con el vertido tóxico de Chernóbil: los restos radiactivos (emociones desagradables) se encuentran cubiertos por una coraza especial (mecanismos de defensa), pero cada cierto tiempo se agrieta (situaciones disparadoras que reactivan emociones), teniendo que ser reparada.
El dolor emocional es parecido… si no se superan determinadas circunstancias (no teniendo porqué tratarse de un trauma específico, sino que puede estar relacionado con pequeños malestares emocionales acumulados), se produce una brecha que genera un intenso desasosiego psicológico.
¿Por qué algunas personas tienen miedo a ir al psicólogo?
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La vulnerabilidad generada ante la expectativa de tener que «desnudar» sentimientos, pensando que una vez que abran el grifo, no serán capaces de volver a cerrarlo.
Con lo que no cuentan es con que el psicólogo se adapta al ritmo del paciente, a lo que es capaz o no de afrontar según las diferentes etapas de la intervención. Una de las frases que solemos decirle a nuestros clientes es: si no estás preparado para contarme determinados hechos, puedes decírmelo, obviarlo e incluso mentirme, cuando te sientas listo para abordarlo, sea mañana o dentro de un mes, siéntete libre de hacerlo.
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Pensar en exponerse delante de un extraño, abruma; sin embargo, una vez acuden a la primera sesión, se sienten liberados.
El psicólogo es consciente de esta dificultad, que comprende y con la que cuenta de antemano. Sin embargo, los psicólogos con buenas habilidades sociales, hacen fácil la comunicación, permitiendo al paciente sentirse cómodo y brindando un lugar seguro donde expresarse y trabajar en sí mismo.
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El qué dirán continúa siendo un hándicap.
Hoy en día, la psicología ya no se asocia sólo a trastorno mental (ámbito que también se trabaja, por supuesto). La mayoría de los pacientes acuden a consulta para mejorar un estado emocional desagradable que varía en intensidad. Además, se garantiza un contexto donde la confidencialidad está avalada en todos los sentidos.
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El mito perenne de que acudir al psicólogo es lo mismo que desahogarte con un desconocido.
Todos los que nos dedicamos a esta profesión, hemos escuchado a gente que verbaliza que ellos también son psicólogos, sólo que no cobran por ello. De ahí que sea profundamente enriquecedor que los pacientes que acuden a consulta noten la diferencia. Los psicólogos escuchamos, analizamos, guiamos y proponemos tareas para que la mejoría se generalice y se advierta lo más rápido posible. Nos basamos en el método científico, en estudios acerca de la conducta humana y en años de formación que van más allá de una licenciatura o un máster. Un buen psicólogo ha de estar actualizado y tener, además, unas buenas habilidades sociales de base (combinar teoría, experiencia y características más relacionadas con lo innato).
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La excusa de la falta de tiempo.
Es una justificación totalmente válida, que indica que el futuro paciente todavía no está preparado para comenzar a trabajar en su bienestar emocional. Sin embargo, no hay que olvidar que uno puede ir al gimnasio, alimentarse de forma saludable, pero si no enfrenta los problemas que le generan malestar emocional, no tiene una vida sana.
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Las experiencias desagradables que algunos pacientes han tenido con otros profesionales de la psicología.
Como en todos los empleos, existen profesionales de calidad y personas que necesitan mejorar sus habilidades. La experiencia nos dice que existe un porcentaje mayor de expertos competitivos, que deficitarios. Si bien es verdad que cada cierto tiempo escuchamos la siguiente verbalización: «no creo en los psicólogos, pero he decidido probar porque te han recomendado», también lo es que el resultado se hace notar y cambian de opinión al apreciar su progreso hacia el bienestar.
Para tratar de tranquilizar a los pacientes, les explicamos de antemano cuáles son las fases del proceso terapéutico: evaluación (extraemos información del problema), hipótesis (se devuelve al paciente una teoría aproximada de los elementos que generan y/o mantienen la problemática), intervención (destinada a abordar las dificultades encontradas), y cierre (se repasan los alcances generados en terapia y se recopilan las estrategias aprendidas) .
La decisión de comenzar la terapia, también cuenta con su propio ritmo:
- Fase de precontemplación: la persona se niega a acudir a terapia psicológica.
- Fase de contemplación: ha intentado mejorar la problemática por su cuenta y, al no conseguirlo, se encuentran desesperado. Comienza a contemplar la idea de acudir a terapia.
- Fase de preparación: ha tomado la decisión de trabajar en su bienestar emocional, y fija la fecha de la primera consulta.
- Fase de acción: se involucran en la terapia, responsabilizándose de su mejoría.
Tener herramientas al alcance de la mano para encontrarse bien y no aprovecharlas, carece de toda lógica. Por desgracia, los psicólogos no somos como los médicos, a los que se acude con una infección de garganta y tras dos días de antibióticos uno se encuentra recuperado. No obstante, aunque es un proceso paulatino, se aportan herramientas psicoemocionales que se integran y son susceptibles de utilizarse a lo largo de toda la vida.
«No todas las tormentas llegan a perturbar tu vida, algunas vienen a despejar tu camino» (anónimo).
Si necesitas ayuda para superar el malestar emocional por el que estás atravesando, contacta con nosotros, estaremos encantados de atenderte: http://psica.net/2018/04/11/terapia-superar-tus-problemas/